La Madre enterrada bajo las piedras
by ochizuro

Y fue antes del principio,
cuando aún el sol no sabía su camino,
que la Madre se alzó de entre la niebla.
Alta y callada, coronada de nieve,
cubrió la tierra con su manto de pinos.
De su seno brotaron los ríos,
y el canto del agua fue su primer rezo.
Las bestias bebieron de sus lágrimas,
y los hombres hallaron en sus laderas la palabra “hogar”.
Al caer la tarde,
su rostro se tiñe de rojo y de oro,
y los cielos se incendian con su belleza.
Así muestra su rostro a los mortales,
recordándoles que la hermosura también quema.
Ella amó a sus hijos.
Los alimentó con frutos, los cubrió con sombra,
los dejó dormir bajo su aliento fresco.
Pero ellos abrieron su carne buscando tesoros,
y le arrancaron las entrañas sin mirar al cielo.
Y aun así, ella no los maldijo.
Solo cerró los ojos y tembló.
Porque los hijos siempre quitan más de lo quedan.
Hubo un tiempo en que la llamaron Tonantzin,
y bailaban en su honor al amanecer.
Luego vinieron los hombres de cruz y hierro,
y la vistieron con otro nombre,
pero el eco de su canto siguió entre los cerros.
Ahora, cuando el viento baja entre los valles,
se oye su voz:
una voz antigua, dolida,
que promete agua al que sufre
y piedra al que olvida.
Porque la Madre no muere.
Solo espera.
Y cuando despierte del todo,
volverá a cubrir el mundo con verde y con silencio.
